por la Sociedad de Historia
Natural del Mar

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oceania |
Los
océanos son un hervidero de espectaculares formas de vida. Diseños y
colores imposibles son descubiertos continuamente por científicos a
sabiendas de que aún queda mucho por descubrir.
Dentro
de esta inmensa variedad de organismos, tal vez haya una del que los
hombres y mujeres del mar siempre se han sentido cautivados. El
cachalote (Physeter macrocephalus), con sus 18 metros de
longitud, sigue siendo un animal asombroso para los científicos de
hoy como lo fue para el capitán Ahab en Moby Dick.
El
cachalote es el mayor de los odontocetos (cetáceos con dientes), un
auténtico depredador de 50 toneladas de peso que se alimenta
principalmente de calamares, pudiendo ingerir hasta una tonelada por
individuo y día. Cuando los cachalotes cazan en grupo, la cohesión y
coordinación entre los distintos individuos es sólo acústica, no
visual, ya que pueden estar a varias millas de distancia unos de
otros.
Los
chasquidos o “clicks” que producen mediante su sistema de
ecolocalización no sólo son importantes para detectar a
sus presas a profundidades de hasta 3000 metros en las que no llega
la luz, sino que juegan un papel imprescindible en la comunicación.
De hecho, el número de individuos dentro de un grupo social está
determinado por el alcance de estas señales acústicas que, en muchos
casos, puede ser de hasta 10 kilómetros de diámetro. El grupo está
sometido a una “jerarquía acústica” que va cambiando de los animales
que están en superficie a los que están sumergidos, estableciéndose
turnos en la búsqueda de alimento.
Perseguidos durante años por la
industria ballenera, los cachalotes de hoy han de sufrir el exceso
de ruido que genera el inexorable incremento de barcos y submarinos
en casi todos los mares del planeta. Sin duda, la contaminación
acústica es el arpón del siglo
XXI. |